Lunes – Último día
Ayer me agarró la melancolía porque se acababan mis vacaciones. No es que Carlos Paz haya sido el mejor lugar que conocí en mi vida ni que la haya pasado mejor que en ningún otro lado, pero lo cierto es que descansé, escribí, leí, paseé, conocí y chivié muchísimo y no quiero que se termine. El tener que volver y enfrentarme al estudio, a buscar un nuevo trabajo, incluso a estar rodeada de gente todo el tiempo -o sea: volver a la realidad-, implica dejar esta paz que encontré, esta completa innecesidad de pensar, de analizar, de maniobrar todo lo que va pasando a mi alrededor.
Quizás se deba a haber pasado tanto tiempo sola que, aunque al principio me resultaba incómodo, al final terminó gustándome. O quizás sea por aquel maravilloso lugar a las puertas del cielo donde casi me pongo a llorar con solo verlo; o a aquel muchacho de la capital cordobesa -vestido con pantalón y saco de vestir azul, pero desalineado y con una mochila al hombro- que me tomó por lugareña y me pidió direcciones... y que terminó compartiendo conmigo una mesa en la vereda de un bar y una gaseosa a las 4 de la tarde de un caluroso domingo, mientras esperaba encontrarse con sus compañeros de viaje. Quizás sea el hecho de que no lo volví ni lo voy a volver a ver, el hecho de que una hora y media hablando resultó ser muy poco tiempo y que saber únicamente que se llamaba Manuel no me alcanzó para guardarlo en el cajón de las fantasías hechas realidad.
O tal vez sea que me sigo olvidando que ese tipo de fantasías no se vuelven realidad, y menos a mí. Pero está bien, todavía sueño despierta con que me lo cruzo en la calle una vez más antes de irme (y me voy en 5 horas) y si eso no sirve más que para hacer que mi imaginación vuele y de pronto me vea paseando con él por la ladera de la montaña y encontremos ese hotel en el que me alojé hace 13 años (a pesar de que no lo encontré en toda la semana), pues bien, no importa. Que sirva solo para eso y que ayude a enriquecer mi escritura, para poder así inventar una historia de la que me sienta orgullosa.
En fin, es mi último día y me alegro de poder llevarme conmigo estas experiencias, estos sueños y todas esas horas de paz junto al lago, caminando, en la montaña y en todas partes. La experiencia de haber estado sola y hacer todo por y para mi, de haber dedicado mi tiempo a mis necesidades me da una recompensa aún mayor a la que obtuve por las vacaciones en si: ahora se que mi próximo objetivo es mi independencia.
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